El día viernes 19 de octubre, el gobierno mexicano fortaleció la frontera sur ante la llegada inminente de la “Caravana Migrante” que partió en busca del sueño americano desde Honduras. Quizá sea entendible que el Estado mexicano, en su papel más formal, haya defendido su idea de soberanía y respeto de los límites nacionales, sin embargo, el fenómeno desató en redes sociales una continua serie de críticas con argumentos xenófobos y clasistas.
Aunque mayoritariamente los comentarios vertidos sobre el tema no fueron en ese tenor, siendo coherentes con la defensa que se ha hecho de connacionales en los distintos posicionamientos para criminalizarlos en el extranjero, resulta increíble que un sector de la población se comporte de la misma manera con los ciudadanos de países vecinos, aún cuando en algunos países se considera a México dentro de esta región y no en Norteamérica. ¿Pero realmente es algo extraño?
El fenómeno no es nuevo para México. Las migraciones desde distintos países de América Latina fueron en su tiempo una constante en busca de refugio ante la aparición de distintos regímenes dictatoriales y autoritarios en el siglo XX, por no decir del asilo que inmigrantes españoles recibieron durante el gobierno de Lázaro Cárdenas al huir de la guerra civil española y el inicio del franquismo.
Por otro lado, el país también ha sido un generador de migrantes, tanto al exterior, yendo mayoritariamente hacia los Estados Unidos de América en busca de mejores condiciones económicas, como internamente, buscando mejores oportunidades laborales, educativas y de seguridad en centros urbanos que han tenido mayor desarrollo.
No obstante, durante los últimos años hemos visto y escuchado un sinfín de noticias respecto a la crisis humanitaria que se vive en África y Asia por guerras civiles, dictaduras, conflictos religiosos e ideológicos, así como hambrunas que han provocado que miles de personas se desplacen hacia Europa, solicitando asilo o intenten traspasar ilegalmente las fronteras de distintos países en busca de una esperanza de mejores condiciones de vida para ellos y su familia.
En esos días, de este lado del mundo, las críticas no se hicieron esperar sobre la manera en que la Unión Europea negociaba con Turquía el establecimiento o creación de campos de refugiados como medida de contención de la migración siria al resto del territorio europeo. El clima global y sus particularidades locales parecen estar causando un severo cuestionamiento sobre la recepción de estos y la igualdad entre unos y otros.
La formación de bloques como la Unión Europea, que entre sus ventajas facilitó el desplazamiento y derechos laborales de cualquier ciudadano europeo dentro de los países integrantes de la misma, daban la esperanza de que una mayor cantidad de bloques entraran en dinámicas de ese tipo.
Sin embargo, los atentados terroristas de 2001 y los consecuentes a lo largo de estas dos últimas décadas, algunos partiendo de premisas culturales y religiosas, iniciaron la transición de una sociedad globalizada hacia una sociedad con miedo y dividida, abonada por crisis económicas y factores locales, tales como la inseguridad, la insuficiencia o baja calidad de empleos y servicios, etc., problemas locales de los que se han valido distintas organizaciones para acusar a minorías, como los migrantes, de ser los causantes de estos y exigir su desaparición o la desaparición de varios derechos derivados o exigidos por estos.
Resulta interesante, y a la vez preocupante, ver cómo tras la globalización y liberalización de los mercados, muchas de las fronteras se cerraron para las personas. La falta del desarrollo social y económico de distintas regiones del mundo, la exclusión de la cooperación internacional, las promesas incumplidas de las políticas neoliberales y lineamientos impuestos por organismos financieros internacionales, han provocado que estos funjan únicamente como países productores de mano de obra barata, lo cual, desde hace tiempo, ha dejado de ser suficiente para cubrir las necesidades básicas, teniendo que alejarse de sus hogares para buscar un mejor porvenir.
Los hechos del pasado fin de semana deben permitirnos ver que la complejidad del problema va más allá del aceptar a los migrantes o no. Apelando a la humanidad, estamos comprometidos a ayudar al prójimo y ser empático con ellos, es decir, preguntarse al menos en pensar los riesgos que estos corren para llegar o transitar por nuestros territorios y recurrir a nuestra memoria histórica para reconocernos, al menos en el caso mexicano, como un país que ha dado asilo a quienes lo han necesitado.
No obstante, más que caridad, se requiere el aumento de más polos de desarrollo y diversidad de políticas que permitan mejorar los niveles de vida de sus/nuestros lugares de origen.
La migración, interna o externa, es un fenómeno que parece intrínseco a la especie humana y seguirá siendo una constante en los siguientes años, no solo por los factores antes mencionados, sino también por otros como el cambio climático y sus efectos.
Es necesario entender que muchos de los migrantes se desplazan, lo han hecho y seguirán haciendo, no por gusto sino por necesidad, que sin importar fronteras tienen derechos mínimos que deben ser respetados y que lo único que nos hace distintos fue el azar de haber nacido dentro de distintos límites territoriales inventados para la administración de este mundo.
El diagnóstico no debe dejar de contemplar que el migrante es un síntoma de algo que está mal y como sociedad global nos debe ocupar, más allá del cuidado de intereses económicos.
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