“¡El pasado inmediato! ¿Hay nada más impopular?” escribió don Alfonso Reyes en 1914. 1914: en medio de la revolución, Porfirio Díaz en mente. Había que ser muy arrojado para ensayar una valoración sobria del régimen que estaba siendo derrocado por las armas. No por nada, además de la pluma, una mente como la de Reyes se da una vez al siglo.
Nuestro pasado inmediato –concediendo que la Cuarta Transformación sea algo diferente– es el periodo neoliberal. Durante su discurso de toma de protesta, el presidente López Obrador afirmó que el neoliberalismo había fracasado. Rotundamente. Bastaba ver –continuó– la tasa de crecimiento anual de las últimas tres décadas: en promedio, 2% anual.
¿Cabe afirmar que el neoliberalismo fracasó?
Los versados en filosofía de la ciencia saben, desde inicios del Siglo XX, que una conclusión así no se sigue. Conviene importar a nuestros fines aquella precaución. La idea viene de una discusión sobre los llamados experimentos cruciales en física: aquellos que habrían de servir para probar o refutar una teoría. Pierre Duhem señaló que al realizar un experimento es imposible separar las hipótesis que se desprenden de la teoría en cuestión de otros supuestos en los que descansa la ciencia. De suerte que si un experimento arroja un resultado negativo, ello indicaría que hay algún error, algo anda mal en todo el conjunto de proposiciones e ideas que se usaron para predecir el resultado del experimento. Lo que no se puede saber es en dónde está el error. Repito: no se puede saber.
Es muy probable que Andrés Manuel no esté familiarizado con la tesis de Duhem. No sabría decir si debiera conocerla, pues parece que la labor política precisa prescindir de ella. El discurso político debe persuadir, llamar a la acción y generar adeptos. Para ello sirven de muy poco los matices, las reflexiones mesuradas y las conclusiones precisas. Debe, por el contrario, estarse convencido; sin titubear. Al político conviene más ser falaz y contundente: “el neoliberalismo fracasó rotundamente” o –si se prefiere– “el comunismo fracasó rotundamente”. Racionalmente, ambos juicios dicen prácticamente lo mismo (o sea nada relevante). Su potencia es más bien emocional. Lo que sigue es un intento de sometimiento a las pasiones.
Un poco de contexto: la llegada del neoliberalismo
Digamos que, oficialmente, el neoliberalismo llegó a México en 1982. El contexto es fundamental. Hacia el 22 de agosto de ese año, meses antes del inicio del periodo neoliberal con la administración de Miguel de la Madrid, el Secretario de Hacienda, Jesús Silva Herzog Márquez, se reunió con un centenar de bancos internacionales en Nueva York. Les anunció que México no podría cumplir con sus compromisos internacionales. Lo que es más, requería de préstamos adicionales para pagar los intereses de las deudas previas. En breve: su mensaje era que México estaba en bancarrota.
Aquél entorno adverso propició que las ideas neoliberales que germinaron en algunas universidades estadounidenses durante la posguerra pudieran ser puestas en práctica. En concreto, si México quería obtener fondos para evitar la quiebra, no podía limitarse a realizar ajustes macroeconómicos, tendría que reestructurar su economía.
Si bien las medidas neoliberales comenzaron a implementarse desde antes, en 1989 se redactó el documento que consagra de manera breve y simbólica el programa neoliberal: el “consenso de Washington”. Se trata de un texto con las “recomendaciones” de política pública que debían aplicarse para reformar las economías que requerían los fondos del Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial para evitar su quiebra:
- Disciplina fiscal: reducir los déficits al mínimo para controlar la inflación y la salida de capitales.
- Gasto público prioritario: reducir o erradicar los subsidios. El gasto público habría de redirigirse a infraestructura, educación y salud.
- Reforma fiscal: la base de contribuyentes debía ampliarse y los impuestos marginales habrían de moderarse.
- Tasas de interés: las tasas de interés serían determinadas por los mercados financieros nacionales para evitar fugas de capital y aumentar el ahorro.
- Tipo de cambio: los países en desarrollo debían adoptar un tipo de cambio “competitivo” que favorezca las exportaciones.
- Apertura comercial: los aranceles habrían de reducirse al mínimo y erradicarse para los bienes intermedios que se necesitan para producir productos de exportación.
- Inversión extranjera directa (IED): debe incentivarse.
- Privatización: la industria privada es más eficiente, por lo que las empresas estatales deben privatizarse.
- Desregulación: la regulación excesiva alienta la corrupción y perjudica a los pequeños empresarios, por lo que la economía debe desregularse.
- Derechos de propiedad: leyes permisivas y un sistema judicial pobre reduce los incentivos para crear y acumular riqueza.
Punto por punto, casi sin soslayar una coma, México se avocó a la implementación del programa neoliberal. Algunos momentos clave de este proceso:
En política monetaria, en agosto de 1985 se sustituyó el régimen de control de cambios por uno de flotación regulada. En noviembre de 1991 se adoptó el sistema de bandas cambiaras con desliz controlado. Desde el 22 de diciembre de 1994 rige el sistema de libre flotación.
Entre 1984 y 1988 se privatizaron empresas de diversa índole (hoteles, restaurantes, etc.). De 1988 a 1999 se realiza la privatización a fondo de varios sectores, como los de siderurgia, banca y teléfonos. Finalmente, de 1995 a 2000, se profundiza aún más el proceso y se realizan cambios constitucionales para vender los ferrocarriles y la comunicación vía satélite.
Para incentivar el comercio y la IED, México entró al GATT en 1986; al APEC en 1993; al TLC y la OCDE en 1994. También se firmaron acuerdos comerciales con Chile en 1992, con Bolivia, Colombia y Venezuela en 1995, y con Nicaragua en 1998; con la Unión Europea en 1997, y con Japón en 2005.
En 1992 se cambió el régimen de propiedad de la tierra, con lo cual los ejidatarios y comuneros dejaron de ser usufructuarios para convertirse en los propietarios de sus terrenos.
En 1994 se otorgó la autonomía constitucional a El Banco de México, cuyo mandato constitucional es velar por el poder adquisitivo del peso. En 1997 se creó el SAR, que fijó un ahorro individual obligatorio para todos los trabajadores afiliados al IMSS y al ISSSTE que se complementa con una aportación pública.
Los políticos que implementaron el programa neoliberal también aseveraban que el modelo previo de desarrollo había fracasado. Rotundamente. De hecho, la narrativa común afirma que el neoliberalismo se impuso ante la quiebra de la hacienda pública: no había otra salida. En su libro Historia mínima del neoliberalismo Fernando Escalante destaca clarísimamente este aspecto de la victoria cultural del neoliberalismo: una interpretación de la historia según la cual lo otro ya lo probamos y fracasó. Según esta interpretación, que es la narrativa de muchos, no hay alternativa al neoliberalismo para alcanzar desarrollo económico.
¿El fracaso previo?
Como sugiere la tesis de Duhem, ese diagnóstico tan a raja tabla no se sostiene. Una breve nota: hacia 1978, México se descubrió a sí misma como una potencia petrolera a nivel mundial. Era el mejor momento para ello, pues el precio del petróleo se triplico de 13 a 33 dólares por barril entre 1978 y 1982. Además, había mucho dinero en los mercados financieros internacionales (los famosos petrodólares) que requería ser colocado. Es decir, los banqueros querían prestar. No sorprende que persiguieran a funcionarios mexicanos por las calles –literalmente– para ofrecerles créditos.
México adquirió préstamos en el extranjero para financiar el desarrollo económico ofreciendo el petróleo como garantía. El gasto público de 1978 creció en un 14% respecto al de 1976 (cuando inició el sexenio de José López Portillo). Para 1981, el crecimiento había sido de 25% respecto al de 1976. Los recursos se utilizaron de muy diversos modos: inversión en infraestructura, despilfarro, programas sociales, corrupción. La economía mexicana llegó a crecer a una tasa de 8%, hasta que se desmoronó y llegó aquel fatídico agosto de 1982.
Evidentemente, el endeudamiento excesivo y el manejo dudoso de la abundancia causaron la debacle económica del 82; pero no fueron las únicas variables. A raíz de la guerra del Yom-Kippur (1973), la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) duplicó los precios del petróleo. Aunque ello favoreció de cierto modo a México, también disparó una crisis inflacionaria y energética (y por tanto de producción, o sea que se tornó en una crisis económica) que alrededor del mundo. En 1979, la OPEP volvió a intervenir en el mercado petrolero y los precios del petróleo se triplicaron.
Aquel año, el presidente de EEUU Jimmy Carter designó a Paul Volker como presidente del banco central estadounidense, la Fed. A fin de combatir la crisis inflacionaria, apenas semanas después de que Volker asumiera su cargo, la Fed incrementó las tasas de interés de un 10 a un 15 y, eventualmente, un 20%, niveles en los que permanecieron hasta 1982 (lo que se conoce como el shock Volker). Ello significa que los intereses que México debía pagar por la deuda adquirida en el extranjero se duplicaron súbitamente. No había manera de pagar.
Cierto, las cosas no salieron como se esperaba, lo que no se puede saber es porqué. O, para decirlo con mayor claridad, no se puede inferir que LA causa del fracaso fue esto o aquello. Por tanto, es falaz, aunque contundente, afirmar que el neoliberalismo se impuso porque el modelo de desarrollo previo fracasó.
¿El segundo fracaso?
Una evaluación seria del neoliberalismo precisa de tiempo y espacio. Aquí no disponemos de ninguno. Tampoco están –hay que aceptarlo– la mente y la pluma de Reyes. Además, sospecho que quien quiera pensar el asunto encontrará resultados mixtos, como suele suceder. Más aún: sospecho que los resultados, buenos y malos, no podrán imputarse así, sin reservas, al modelo neoliberal. En todo caso, apunto algunas ideas al respecto, sobre todo ante la manía de los políticos de ser falaces y contundentes.
El mero hecho de haber evitado la bancarrota en 1982 disuade de decir que el programa neoliberal fracasó. Y como que la crisis regresó en 1994, reitero: el hecho de haber evitado la bancarrota disuade de decir que el programa neoliberal es un rotundo fracaso. Habrá quien considere que esta reedición de la crisis en realidad fue causada por la privatización y desregulación financiera que forman parte del mismo programa neoliberal. Sin duda algo tuvieron que ver; como también tuvieron que ver el alzamiento zapatista en el sureste mexicano, los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu, las elecciones presidenciales, y otros. Puesto de otro modo, así como la guerra del Yom-Kippur era ajena el modelo de desarrollo previo; estas variables son externas programa neoliberal… la expresión “It’s the economy, stupid” siempre me ha parecido de mente corta.
Pero hay que decirlo: de no haber sido por las reformas que permitieron flujos de capitales y propiciaron la inversión extranjera, que fortalecieron las finanzas públicas y depreciaron de la moneda, y –sobre todo– de no haber sido por la firma del TLCAN, México se las habría visto bastante más negras para evitar la quiebra y recuperarse de la crisis de 1994-95.
Evidentemente la pobreza, el campo y la desigualdad son saldos negativos y apremiantes de los últimos treinta años. Tienen que ver con muchos factores: desde la Gran Recesión, hasta impedimentos para mejoras fiscales por parte de los dueños de capital, pasando por la corrupción. Ésta es una variable fundamental para explicar el repudio actual al pasado inmediato, una que no respeta ideologías ni partidos ni programas… me sigue molestando la expresión “It’s the economy, stupid”.
Para cerrar
Suele pensarse que el discurso político no es el espacio para la verdad (Hannah Arendt tiene un brillante ensayo al respecto: Truth and politics). En realidad, eso supone quien justifica y acepta una afirmación como “el neoliberalismo fracasó”. Por mi parte, me parece altamente deseable que el ciudadano, el analista, el intelectual, o quien quiera que no se asuma a sí mismo como político, acompañe su discurso con matices, hechos y razones. Cada quién habrá de tomar postura. Seguramente lo hará por una mezcla de elementos emotivos y racionales. Bastará con no tomar, así sin un granito de sal, lo que sea que salga de la boca de un político.
Ten el valor de usar tu propia razón.
Andrés Pola es Filósofo (UNAM), Maestro en ciencia política (El Colegio de México) y en historia económica (London School of Economics). Autor de La banca paradójica (CEEY, 2014).
Vista el Blog de Andrés Pola en el siguiente enlace.
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Un comentario en “El «fracaso» del neoliberalismo”