El viernes pasado, la Glorieta de Insurgentes, en la Ciudad de México, ardió literalmente. Muchas mujeres nos reunimos para gritar que nos están matando, para exigir justicia, para demostrar nuestro enojo, nuestra impotencia. Todas vestidas de negro, con paliacates verdes o capuchas, con carteles, diamantina, aerosoles y palos.
Un detalle que nos hacía parecernos aún más era la furia que cada una contenía dentro de sí. No conocíamos las historias de todas, pero sin duda las creíamos. Estábamos ahí para apoyarnos y recordarnos que no estamos solas. Que si tocan a una de nosotras, todas saltamos.
Los medios nacionales han llevado la cobertura de este hecho resaltando el vandalismo a la estación del metrobús, al Ángel de la Independencia, a la estación de policías, pero ninguno de ellos se detuvo a preguntarle a alguna de nosotras cómo nos sentíamos, por qué estábamos ahí, por qué estábamos tan furiosas, por qué nos dolía. Es por lo anterior que quiero tratar de describir lo que yo viví en ese espacio.
En lo personal, jamás había asistido a una concentración donde me tocara ver cómo se destrozaba todo. Huía de los disturbios y siempre decía que esos actos no me representaban.
Pero en ese momento, no quería irme, sentía que tenía que quedarme, aunque tenía miedo, sentía que no eran las formas, sentía que nos estábamos sobrepasando y hablo en plural porque el hecho de estar ahí, nos hizo a todas cómplices.

Pensaba que íbamos a quedar en ridículo porque ni siquiera podríamos romper un vidrio grueso de la estación, porque somos mujeres y no tenemos fuerzas como un hombre. Me importaba el qué dirían.
Pero me equivoqué. Chavas de mi complexión (pequeñas y delgadas) golpearon el vidrio una y otra vez hasta que el vidrio cedió; cuando cayó el primero, todas gritamos, sentimos mucha alegría como si hubiéramos alcanzado eso que tanto anhelamos. Algunas se abrazaron, otras lloraron, yo sentí que entre todas podíamos cambiar el mundo, no sólo a través de palabras, sino también de la fuerza.
Después siguieron las cámaras, las quemamos. Mi miedo volvió al ver el fuego porque temía que se descontrolara, que destruyera todo. Ahora pienso que mi miedo era más una forma de sorpresa e incredulidad por ver con mis propios ojos que podemos ser completamente destructivas y que tenemos la fuerza y convicción necesarias para lograr nuestros objetivos. Que no somos el «sexo débil», ni «delicadas». Que el fuego también es liberador.
Y en ese momento entendí que, a lo largo de los años, hemos estado viviendo con temor, con incomodidad, no siendo libres, tratando de caer en los estándares que nos imponen. Que siempre será importante el diálogo, pero que si no nos escuchan, vamos a gritar, vamos a incendiar esta ciudad.
Me di cuenta que si algo me llegara a pasar y no volviera, estaba completamente segura que mis amigas, mi mamá y mujeres desconocidas estarían quemando, no sólo el metrobús, sino la ciudad entera, hasta darme la justicia que merezco.

Después de esta catarsis, pienso que lo que pasó el viernes es una pequeña demostración de hasta dónde podemos llegar si las autoridades siguen construyendo un país con impunidad. Que somos una chispa que se encuentra latente esperando un algo que la haga convertirse en una llama y explotar. Creo que nunca nos había sentido tan poderosas, tan indestructibles, tan invulnerables.
Algo cambió en mí y sé que en muchas otras mujeres también. Pienso en todas las niñas pequeñas que asistieron y que vieron que no tenemos por qué competir entre nosotras si unidas, podemos lograr grandes cosas.
Amé a cada amiga que me escribió después para preguntarme cómo estaba, para decirme que estábamos juntas, que compartían mi sentir, que ojalá coincidiéramos para salir juntas a exigir justicia; amé a cada amigo hombre que me dijo que se había equivocado, que encendiéramos toda la ciudad si sólo así nos harían caso y que han visto cómo pueden apoyar desde sus espacios; amé a mi mamá que se la pasó defendiéndonos a todas las que asistimos ante cualquier comentario criminatorio cuando ella fue la que me enseñó a que “esas no eran las formas”.
Sin embargo, muchas otras personas dijeron sentirse decepcionadas de mí, por mi postura, que no podían creer que yo me dejara llevar por la adrenalina del momento. Sólo que ellas no han logrado entender que esta forma de ser ha venido cambiando a lo largo de los años, a lo largo de pésimas experiencias, a lo largo de impotencias y lágrimas por lo que me ha tocado vivir y por lo que me ha tocado ver. Sé que algún día lo entenderán y gritaremos juntas.
Para finalizar, hago un llamado a todas mis amigas, compañeras, mujeres alrededor que están en contra de esta forma de expresarnos a que se unan. No a quemar o rayar paredes, sino a dejar la pasividad, ya no estamos en esa etapa porque nos obligaron a salir de ella.
Dejemos de tener miedo, ya no permitamos que nos digan cómo se hacen las cosas, apoyemos a aquellas con las que no compartimos formas de pensar porque al final, todas somos mujeres y sólo nos tenemos a nosotras. Ya nadie nos podrá parar.
#SomosMalasPodemosSerPeores
Imagen principal: Twitter
EP
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