Ernst Cassirer, filósofo de la segunda mitad del siglo XIX, mencionaba que más allá de ser el hombre animal racional (Descartes) o un animal político (Aristóteles), es un animal simbólico.
El problema de Cassirer es que desvinculaba lo simbólico de lo político, siendo que lo político es la configuración per se de lo simbólico, al construir sentidos específicos sobre el cómo entender e interpretar al mundo en un momento histórico concreto.
A este respecto y retomando el anterior argumento, la Ley de Amnistía propuesta por el presidente de la República no se da teniendo el objetivo de sacar a muchas personas de la cárcel, dado que las condiciones que establece solo se da en ámbitos federales, siendo que los delitos menores, como la portación o consumo de drogas en los jóvenes, abortos criminalizados, falta de representación legal para los indígenas, se dan en su gran mayoría en ámbitos estatales.
Ante esto hay una pregunta fundamental: si la Ley de Amnistía no tiene por objetivo, tal cual, el liberar a estos actores dado que son poco comunes en el ámbito federal, entonces ¿por qué la propuso el presidente?
La posible respuesta que se puede elaborar es: porque el presidente no solo sacará a las pocas personas que hayan cometido algún delito en el ámbito federal que refieran a los grupos antes mencionados, sino porque simbólicamente se construye un horizonte de posibilidad en el cual se presiona a las legislaturas locales, para que saquen en sus estados una ley similar, y ahora si tenga eficacia una ley de amnistía.
Pero aún más, el presidente de la República construye en el ámbito público una vieja pregunta ya señalada por Foucault: ¿a quién queremos tener como recluidos en las cárceles y a quién no?
Esta pregunta intrínseca en la Ley de Amnistía es una construcción simbólica en cuanto forma de hacer política, porque imprime un nuevo sentido en el cual se juega la posibilidad de quién será considerado como criminal y quién no, pero, sobre todo, se construye la vía de presión concreta para los estados, los cuales no tendrán de otra más que acatar este nuevo sentido simbólico en proceso que tiene y que impulsa el gobierno de la 4T.
En resumidas cuentas, esta ley hace palpable que la política es el territorio en donde fluyen múltiples sentidos que buscan la hegemonía por el espacio simbólico, dentro del cual no habrá más que el conflicto por la forma precisa en la que una sociedad verá e interpretará ciertas formas de vida y ciertas formas de existir “correctas” para esa sociedad.
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EP