De forma sorprendente, el imaginario colectivo se ha formado mediante parámetros ideales que tienden hacia la muerte, así, tal cual. Uno de ellos es el concepto incrustado de crecimiento económico, configuración que tiene como telos los ideales propios del modo de vida capitalista.
Mencionados ideales se basan en dos premisas concretas: la idea del progreso en donde no puede haber retroceso alguno porque eso significaría un agotamiento o una crisis económica del sistema.
Y la segunda premisa, originada de que el crecimiento económico siempre debe estar a la alza, significa indudablemente una cosa: sobreexplotación de la physis (naturaleza) para seguir manteniendo niveles de crecimiento del PIB.
Si nos ponemos a pensar drásticamente esas dos premisas, llegaremos a una conclusión sin retorno: nuestra economía se basa, de manera singular, en la muerte vía la destrucción masiva de todo, principalmente de nuestro entorno.
Ante ello, y al seguir pensando desde esos parámetros, llegaremos a una postura ya señalada por Stirner: el sujeto es tan hiperindividualista, que, a costa del goce propio, no le importa perecer y estos días actuales lo demuestran.
A pesar de todo el desmadre que hemos dejado, seguimos pensando en el crecimiento económico, en donde, todos se asustan cuando una economía se estanca. Vaya que somos estúpidos.
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