The corruption of men is followed by the corruption of language.
Ralph Waldo Emerson
La denuncia ciudadana es un instrumento necesario en toda democracia, sobretodo cuando ésta se entiende no sólo como un régimen y las instituciones de acceso al poder, sino como un modo de vida. El ciudadano es tal en tanto su obediencia no es absoluta, sino en la medida de lo posible, racional y razonada. El ciudadano conciente conoce los procesos burocráticos y políticos que afectan su vida cotidiana, desde cuestiones administrativas como pagar la luz o el agua hasta uno de nuestros mayores problemas actuales: la seguridad pública.
Mientras para algunos la seguridad es el tema más importante del momento, para otros parece ser solamente una excusa. Si bien la ciudadanía en general reconoce algunas de las implicaciones de la crisis de seguridad, es necesario distinguir entre quienes la estudian y denuncian, entre quienes la utilizan como eslogan político, y entre quienes simplemente la experimentan sin contar un sistema de ideas claras y coherentes que explique la situación.
Este tercer grupo vive rodeado de una falta de certezas, que le genera miedo. Parece que nadie sabe bien a bien porqué en la última década todo se ha vuelto más peligroso, porque, como se encargan los medios de recordarnos en cada momento, estamos cada día en mayor peligro.
Una lectura crítica de la situación señalaría los espacios en que el Estado no está cumpliendo su función primordial, asegurar el respeto de los derecho humanos de todas y de todos. Por el contrario, nos encontramos narrativas fantásticas de traficantes con cualidades sobrehumanas o reflexiones burdas sobre la maldad inherente a ciertos grupos sociales: el moreno, el pobre, el buchón, el chaka, el Kevin, el de Ecatepec. La unidad del discurso de odio es visible en la forma en que permea diferentes espacios y formas de comunicación. En los noticieros se habla implícitamente de la propensión de ciertos grupos demográficos a delinquir, de la misma forma que el discurso se replica en los memes de Instagram o Twitter.
Una hipótesis de trabajo sería que a la par del aumento de la violencia securitaria (después de la declaración de guerra contra las drogas y la consecuente militarización de la vida pública) ha crecido la violencia simbólica contra ciertos grupos a quienes se les ha clasificado como criminales. Pensemos en el prototipo del agricultor de botas, cinto piteado, con una trocota, amante del ganado y las mujeres, sí señor, fierro pariente.
Sobre esa figura del buchón se ha construido un meta relato que maravillosamente denuncia Oswaldo Zavala, y que generalmente nace en las instituciones de seguridad (particularmente la DEA) y es reproducido en series de TV, corridos e infinidad de productos culturales. A la par de este cuento de vaqueros, con héroes y villanos, se ha ido formando otro discurso menos fantástico, más crudo, con menos elementos narrativos y más cercano a la realidad.
“El perfil recurrente entre las víctimas de homicidio doloso durante el sexenio de Felipe Calderón era el de hombres de entre 25 y 29 años de edad, solteros, pobres y con escasa o ninguna escolaridad, que lejos de las rancherías y su ropa vaquera, residían en urbes. En el perfil del victimario reapareció el mismo pobre hombre y sin educación, con una diferencia sustancial: era con frecuencia cinco años más joven que su víctima.” O. Zavala
De modo que quienes experimentan las violencia criminal de forma más cruda son quienes ya padecían las otras formas de violencia (falta de escolaridad, pobreza, etc), y quienes a su vez habrán de sufrir un ataque discursivo. Su historia no será enmarcada en un cuento de superación personal (como en Narcos México), incluso a menudo se le negara el derecho a una racionalidad.
Según Hobbes “las pasiones que inclinan a los hombres a la paz son el temor a la muerte, el deseo de las cosas necesarias para una vida confortable y la esperanza de obtenerlas por medio del trabajo”. Por lo tanto, el nivel de vida deseado y las posibilidades legales para alcanzarlo son factores que no pueden obviarse cuando se habla de quienes violan la ley, en este caso, cometiendo delitos violentos. No obstante, en la narrativa mediática estos factores se ignoran por completo, mostrando al delincuente, particularmente al joven pobre, como a alguien incapaz de responder por sus acciones por vivir bajo efectos de la droga o el alcohol.
Así, en los últimos 15 años en que el Estado se declaró en guerra (quién sabe contra quién), y luego se decretó el fin de esa misma guerra (sin ninguna implicación práctica) hemos sido testigos de un auge en las distintas violencias, en la delictiva, pero también en la ejercida por el propio Estado y en la discursiva.
Cada día es más frecuente oír ataques a los derechos humanos, desacreditaciones basadas en una pésima lectura del derecho penal y mucho miedo. Al platicar con familiares de personas privadas de su libertad es fácil escuchar que antes de que fuera detenido su familiar no creían que eso pudiera ocurrirles. Pareciera que el mexicano sabe que el sistema penal es ineficiente (tortura y fabrica culpables), pero al mismo tiempo cree en automático que quien es presentado en los medios de comunicación como delincuentes es tal. Esta facilidad para creer algo sin verificar (que algunos llamarían sesgo) bien puede tener su origen en el miedo o en el profundo deseo de retribución.
El problema reside en que el momento de satisfacción que experimenta el consumidor de imágenes al saber que un delincuente fue capturado es efímero, se desvanece en el miedo cotidiano de que afuera de su casa hay otro delincuente, y a la larga solo quedan en él las imágenes de un prototipo de peligrosidad, perversamente similar al prototipo del joven pobre de su barrio. A final del día, el espectáculo termina en gente pobre odiando a gente pobre.
Este movimiento discursivo no es autónomo, no flota en la nada, lo construyen personas que en mayor o menor medida comulgan y promueven esta interpretación. El análisis de Elías Canetti en “Masa y Poder” sirve para ver con más claridad este fenómeno discursivo que en última instancia llega, como todas las masas, al linchamiento.
A grandes rasgos la masa es una unidad amorfa compuesta por individuos, en la cual pierden su individualidad y ejercen violencia de manera colectiva. Lo interesante es que Canetti identifica dentro de la masa a un grupo más pequeño, encargado de instigar y motivar los sentimientos colectivos de miedo y persecución. Esos pequeños y rígidos grupos humanos, bien delimitados y de gran estabilidad son definidos como “cristales de masa” y sirven para desencadenar su formación.
Otra metáfora que viene al caso es la sugerida por el físico Guillermo Mosqueira: “las sociedades evolucionan de manera análoga al desplazamiento de los gases. En su movimiento, éstos toman una forma parecida a la de un balón de fútbol americano: un reducido grupo de moléculas viaja al frente, seguido por el grueso de otras, seguidas éstas en la cola por otro reducido grupo de moléculas”. Para Mosqueira evolución no significa mejora sino cambio, y simplemente observa un cambio de pensamiento impulsado por unos pocos, luego aceptado por una grupo más grande y por último (en caso de que se vuelva hegemónico) aceptado por la minoría más renuente a dicha idea.
En ese sentido, en México somos testigos de un cambio regresivo, en el cual los derechos humanos y la empatía pierden lugar frente al miedo y al accionar de colectivos absolutamente irreflexivos.
Un primer paso en el sentido contrario es ubicar a los agentes que están promoviendo este proceso, generalmente desde una fachada de crítica política y denuncia ciudadana. Un ejemplo claro es la cuenta de Twitter de Denuncia Ciudadana CDMX (https://twitter.com/DCCDMX) que con 15 mil seguidores en la red social se presenta como: “periodismo de investigación sin censura”, mientras en realidad son una mezcla de mensajes en contra del gobierno de AMLO por supuestamente no privilegiar la solución violenta de los problemas, y filtraciones de fotografías y videos de personas (algunas muertas) a quienes arbitrariamente se denomina delincuentes.
En este punto, nunca debemos olvidar que la dignidad es inherente a todos los seres humanos, por lo que incluso si alguien hubiera cometido el peor delito pensable, no se tiene el derecho a mostrarlo en la forma en que lo hace la cuenta de Twitter señalada. Por otro lado, resulta irónico que se llaman periodismo de investigación cuando no investigan, sino que se limitan a presentar la evidencia como prueba irrefutable, desconociendo el principio de presunción de inocencia, es decir la obligación a respetar que todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario.
Con mensajes del tipo: “si el delincuente no entiende con sanciones «civilizadas» nuestra hermandad hace justicia partiendole su madre al delincuente”, @DCCDMX aprovecha el miedo general de la población para moverlos hacia el odio. No solo ignoran las causas de la violencia, sino que deshumaniza a los sujetos que la ejercen y la sufren. Utiliza un lenguaje violento y sugiere que cualquier abuso de autoridad está justificado.
Ignoran que un debido proceso judicial nos protege a todas y todos, y optan por la discrecionalidad del poder y la fabricación de chivos expiatorios y tribunales paralelos. Lejos de modificar el status quo, como les gusta pensar a estos instigadores de masas, sus acciones lo refuerzan, y ponen en peligro la democracia al promover el odio y el rechazo entre ciudadanos, y en particular hacia grupos vulnerables.
Son como diría Carlos Marx: “ovejas que se hacen pasar por lobos”.
Bibliografía:
- Canetti Elías. Masa y Poder
- Herrera Ibáñez Alejandro. «Nada vivo nos es ajeno» en Paulina Rivero Weber Zooetica
- Thomas Hobbes. El Leviathan
- Zavala Oswaldo. Los Carteles no Existen
Imagen principal: Elías Canetti